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Gobiernos e instituciones concertaron los objetivos del Acuerdo de París de 2015, cuya finalidad es mantener el aumento de la temperatura global muy por debajo de los 2°C en comparación con los niveles preindustriales, y asumieron el ambicioso compromiso de lograr cero emisiones netas. Se han desarrollado planes para llevar adelante una transición a sistemas de energía 100% libres de emisiones, pero establecer objetivos es, en cierto modo, la parte fácil, porque existe una brecha significativa entre la trayectoria y el nivel de emisiones actuales en el mundo y los objetivos para 2050, y queda mucho trabajo por hacer para garantizar una transición ordenada hacia un nuevo paradigma energético que promueva y facilite el crecimiento económico y sea razonable y sostenible a la vez.
La descarbonización del sistema de energía a nivel global es un paso clave para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Actualmente, el mundo consume 624 exajulios por año, una cantidad de energía equivalente a cuatro veces el consumo anual de energía de China. Esto abarca una amplia gama de usos que incluyen electricidad, calefacción, transporte y actividades como la fabricación de plásticos y fertilizantes a partir de hidrocarburos. A medida que la expansión económica en Asia y África se acelera rápidamente, cada año millones de personas acceden al sistema de energía por primera vez: compran sus primeros automóviles, obtienen luz eléctrica, toman sus primeros vuelos en avión. Se espera que la demanda mundial de energía aumente hasta un 1% anual, el equivalente a la demanda de energía anual de Italia. Para 2050, la demanda podría ser hasta un 20% más alta que en 2021.
El consumo de energía representa aproximadamente el 73% del total de emisiones de gases de efecto invernadero. Nuestros sistemas de energía están compuestos de moléculas y electrones y, actualmente, alrededor del 80% de la demanda primaria se satisface con moléculas, que provienen de hidrocarburos como el petróleo, el gas y el carbón. El 20% restante es suministrada por los electrones, es decir, el sector eléctrico. La energía nuclear, hidroeléctrica, solar y eólica, entre otras tecnologías que no emiten CO2, ya se utilizan para generar el 38% de toda la electricidad.
Construir un sistema de energía que sea confiable, factible y más limpio, y que pueda permitir el crecimiento económico, es un gran desafío. Los desafíos para las próximas décadas involucran la generación de energía, las redes de transporte y distribución, el almacenamiento, la conversión, los minerales críticos y la financiación, y todas se encuentran estrechamente conectadas. A continuación les presentamos las seis brechas que PwC identificó y que deben cerrarse para lograr cero emisiones netas.
La instalación de capacidad de generación de energía renovable (especialmente solar y eólica) ha aumentado significativamente en los últimos años gracias a programas de subsidios y créditos fiscales y el menor costo nivelado de la energía. En general, el crecimiento sobre y dentro del suelo y el agua ha superado las previsiones del mercado.
Se agregaron 1282 gigavatios (GW) de capacidad de energía renovable al sistema de energía entre 2016 y 2021 en el mundo, y la Agencia Internacional de Energía (AIE) proyecta que se instalarán 2400 GW adicionales de capacidad renovable entre 2022 y 2027. Sin embargo, si el mundo quiere alcanzar las cero emisiones netas para 2050, la capacidad tendrá que crecer a más de 27.000 GW, un aumento de ocho veces respecto de los niveles de 2021 (véase gráfico a continuación). Es necesario desarrollar energías renovables a un ritmo más rápido no solo para descarbonizar los niveles actuales de consumo de electricidad, sino también para garantizar que haya suficientes electrones libres de carbono para ayudar a sustituir las moléculas de hidrocarburos en áreas de consumo de energía primaria, como el transporte y la calefacción doméstica.
La electricidad generada por las turbinas eólicas que flotan en alta mar o los paneles solares instalados en extensiones desérticas debe llegar al usuario final. Para que la oferta y la demanda se conecten de manera efectiva, debe haber un compromiso simultáneo de inversión en infraestructura de transmisión y distribución a nivel mundial. Ampliar y fortalecer la red implica un proceso costoso y lento. Durante la última década, el mundo ha invertido un promedio de US$300.000 millones por año. Según la AIE, durante la década de 2030, las inversiones anuales deben ser de entre US$560.000 millones y US$780.000 millones (véase gráfico a continuación).
Los gobiernos desempeñan un papel importante a la hora de establecer políticas y regímenes de concesión de licencias, acelerar la aprobación y el desarrollo de proyectos y otorgar incentivos para la inversión. Además, con una producción de energía más descentralizada y distribuida, y la posibilidad de que la electricidad viaje mayores distancias, la operación eficaz del sistema se convertirá en una capacidad cada vez más importante.
Mientras que la demanda de electricidad es relativamente constante y predecible, la energía renovable suele ser intermitente. Por lo tanto, será necesario contar con una cantidad considerable de capacidad de almacenamiento de electricidad por medio de baterías o centrales hidroeléctricas de bombeo para lograr una transición ordenada hacia una red descarbonizada. La electricidad almacenada, además de ofrecer flexibilidad, puede brindar servicios de red auxiliares y reducir la necesidad de desarrollar costosos proyectos de transmisión y distribución.
Se han realizado importantes inversiones en almacenamiento en baterías conectadas a la red. En 2022, se agregaron 16 GW de almacenamiento en baterías conectadas a la red en todo el mundo. Según la AIE, para cumplir con los objetivos de cero emisiones netas, que requerirían un aumento de 143 veces para 2050, las adiciones anuales deben crecer significativamente a un promedio de más de 80 GW por año durante el período que se extiende de 2022 a 2030 (véase el gráfico a continuación).
Todos los combustibles fósiles están compuestos por hidrocarburos: hidrógeno y carbono. Estas moléculas tradicionales tienen numerosos usos: almacenamiento, generación de electricidad, calefacción, propulsión de vehículos y materia prima para artículos esenciales de la economía, como fertilizantes y plástico. Y necesitaremos grandes cantidades de estos hidrocarburos durante las próximas décadas. No se puede electrificar el consumo de energía primaria del mundo. Los aviones están muy lejos de funcionar con otra cosa que no sea combustible de aviación, por citar un ejemplo. De hecho, la AIE proyecta que los hidrocarburos tradicionales representarán el 60% de la demanda de energía en 2050.
Casi el 20% de las emisiones de CO2 se derivan de cuatro productos cuyas emisiones se consideran "difíciles de reducir" y que plantean desafíos particulares para la electrificación: acero, cemento, amoníaco y plástico. Debido al costo, la escala y el volumen de las sustituciones necesarias, es difícil identificar alternativas a los hidrocarburos en estos ámbitos. Si bien puede parecer contradictorio, los actores de la industria de los hidrocarburos poseen el capital, los conocimientos, la escala y la destreza en ingeniería necesarios para ser facilitadores críticos de la transición energética. Como tales, su participación es necesaria para una transición ordenada hacia un sistema de energía sostenible.
La tecnología, la innovación y el aumento de la producción de energía renovable tienen el potencial para crear moléculas descarbonizadas. Hay muchos caminos posibles. Los electrolizadores alimentados por energía renovable pueden crear moléculas de hidrógeno verde, que, a su vez, pueden producir fertilizantes verdes o amoníaco verde. Y podemos hacer un uso más productivo del CO2 capturado en los materiales de construcción.
Actualmente, convertir electrones en moléculas a través de la electrólisis es costoso y carece de escala. A fines de 2022, la capacidad total instalada de electrolizadores de hidrógeno de bajas emisiones en el mundo era de tan solo de 1 GW. Pero la inversión está aumentando. Según la AIE, si se completan todos los proyectos actualmente en curso, para 2030, se podría contar con una capacidad instalada de electrolizadores de entre 134 GW y 240 GW. Esto indica la escala exponencial de la inversión requerida. La AIE estima que para lograr cero emisiones netas en 2050, la producción anual de hidrógeno de baja emisión a partir de la electrólisis del agua debe aumentar desde sus niveles actuales extremadamente bajos a 452 megatoneladas (véase gráfico a continuación). Otras tecnologías producirán cantidades más pequeñas de hidrógeno de bajas emisiones.
La transición global a cero emisiones netas requiere un despliegue masivo de infraestructura de energía renovable, que incluye paneles solares, turbinas eólicas, baterías y compresores, por nombrar solo algunos componentes. Sin embargo, esta demanda sin precedentes de hardware ha ejercido una presión significativa sobre la cadena de suministro subyacente, desde la minería y el refinado hasta la fabricación de productos finales y semielaborados.
Si bien se prevé que la capacidad de fabricación existente cubra la demanda mundial, el suministro de varios minerales en bruto sigue siendo insuficiente. Estos minerales críticos, incluyen el litio, el cobalto, el níquel, el grafito, el aluminio, el cobre, los metales del grupo del platino y los elementos de tierras raras, son fundamentales para la fabricación de vehículos eléctricos y la capacidad de almacenamiento de las baterías. En consecuencia, es probable que la escasez de estos minerales tenga un impacto significativo en el ritmo y la escala de la transición energética. Para mantenerse en el camino hacia las cero emisiones netas en 2050, la AIE proyecta que la economía mundial requerirá cuatro veces más insumos minerales críticos en 2030 que los producidos en 2021 (véase el gráfico a continuación).
En 2022, se alcanzó un hito importante. Según BloombergNEF (BNEF), la inversión en transición energética ha igualado la inversión en hidrocarburos, sumando ambas US$1,1 billones. Este es un logro considerable a la luz del aumento del gasto en capacidad de petróleo y gas como resultado de las preocupaciones sobre la seguridad energética en varias regiones. Sin embargo, se requieren inversiones sustancialmente mayores. La AIE y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) estiman que se necesitan anualmente entre US$4 y US$6 billones en inversiones para cumplir con los objetivos globales de transición energética.
A tal fin, BNEF sugiere que la brecha entre las inversiones realizadas y las inversiones necesarias se situó en US$1 billón en 2022 y aumentará a US$4 billones en 2025. Entre 2030 y 2050, la inversión anual requerida será de entre US$7,2 billones y US$8,9 billones (véase el gráfico a continuación). Por el contrario, se prevé que el PIB mundial sea de US$106 billones en 2023. La magnitud de este desafío subraya el importante papel de la industria financiera en el apoyo a la transición hacia un futuro energético sostenible y la necesidad de políticas que fomenten la inversión.
Toda transición trae aparejada complicaciones, pero las grandes brechas que identificamos plantean un serio desafío para lograr una transición ordenada.Tenemos a nuestra disposición esquemas, materiales y herramientas para comenzar a generar consenso. Estas son algunas de las posibles soluciones:
La mejor manera de hacerlo es duplicar la eficiencia: producir la misma cantidad o más de bienes y servicios, con menos energía. Esto es crucial, especialmente en el mundo desarrollado, que representa una parte desproporcionada del consumo mundial de energía. Si bien América del Norte y Europa representan el 15% de la población mundial, en estas regiones se concentra el 31% del consumo mundial de energía. Los países en desarrollo deben tener la libertad de aumentar sus niveles de consumo de energía para garantizar el bienestar y mejorar los niveles de vida.
Existen dos herramientas principales para reducir el consumo de energía: técnicas y conductuales. Las herramientas técnicas implican un aumento general de las medidas de eficiencia energética, como la optimización de procesos, la instalación de electrodomésticos más eficientes y el despliegue de un aislamiento residencial más eficaz.
En cuanto a las herramientas conductuales, los líderes deben pedir a las partes de interés que modifiquen sus hábitos, ya sea apagar las luces, viajar en bicicleta en lugar de conducir o tomar el tren en lugar del avión. La combinación de incentivos económicos y comunicación clara puede ayudar. Según la AIE, los cambios de comportamiento podrían representar el 4% de las reducciones de emisiones acumuladas requeridas para 2050.
En las próximas décadas, habrá un gran aumento en la oferta de electricidad libre de carbono en todo el mundo. Lo que se necesita es que ocurra lo mismo con la demanda de electricidad libre de carbono, mediante la electrificación de productos y servicios que solían depender de los hidrocarburos. Este proceso engloba varias acciones, como cambiar las calderas de gas por bombas de calor; conducir vehículos eléctricos en lugar de automóviles y camiones con motores de combustión; operar barcos con celdas de combustible en lugar de gasoil y electrificar las cortadoras de césped, los montacargas y los equipos de construcción.
Esta tendencia está cobrando cada vez más fuerza. En 2022, las ventas de bombas de calor superaron las de calderas y hornos nuevos en la UE. Además, las ventas de vehículos eléctricos en todo el mundo alcanzaron un 15% de la participación de mercado respecto de todos los vehículos de pasajeros nuevos en 2022, frente al 5% registrado en 2020.
Es fundamental reemplazar los hidrocarburos por otras alternativas ecológicas siempre que sea posible. La transición a materias primas de base biológica puede tener incidencia en este proceso, por ejemplo, sustituir plásticos por envases de base orgánica o depender en menor medida del queroseno y más del combustible de aviación sostenible (SAF).
Las empresas están tomando medidas para crear cadenas de suministro para los sectores en los que este proceso es más dificultoso. H2 Green Steel, cuya sede se encuentra en Suecia, está construyendo una planta de acero verde que, para 2030, tendrá la capacidad para producir cinco megatoneladas de acero al año, lo que equivale al 1% de la producción mundial anual de acero.
A través de la creación de un organismo se debería poder lograr una transición ordenada, con la obligación de garantizar la estabilidad del suministro de energía y, a la vez, fomentar el avance hacia los objetivos de cero emisiones netas. Esto es parte de un enfoque que podría ayudar a adaptar la aplicación de medidas nacionales a los cambios regionales o globales y así asegurar que el costo del carbono dentro del sistema se ajuste a los objetivos políticos generales que se han establecido y brindar información sobre la disponibilidad y el flujo de fuentes de energía para garantizar y mantener la estabilidad.
Necesitamos una hoja de ruta coordinada, integral y realista para avanzar y garantizar una transición ordenada. Una hoja de ruta de energía se basa en un conjunto de principios de diseño complementarios:
Centrarse en pasos y concretos para alcanzar la meta. Esta agenda es amplia y exhaustiva y se extenderá por décadas. Separar los incentivos a corto plazo del objetivo a largo plazo será cada vez más importante.
Desarrollar un alcance verdaderamente global. Los países deben adaptar sus medidas a los cambios regionales y globales. El grado de interdependencia durante la transición irá en aumento; y las políticas y la velocidad de aplicación en un país afectarán directamente a otros a través de la disponibilidad y el precio de la energía.
Lograr el equilibrio adecuado entre la asequibilidad, la seguridad en el suministro y la sustentabilidad. Por una simple cuestión de cálculos, los hidrocarburos seguirán existiendo en las próximas décadas. En un contexto de cero emisiones netas para 2050, la AIE proyecta que seguiremos consumiendo petróleo y gas en 2050. Para entonces, aproximadamente el 18% de la demanda de energía primaria será abastecida por moléculas de hidrocarburos. Es probable que la poca inversión en estas fuentes vitales de energía produzca desajustes entre la oferta y la demanda. Será fundamental durante la transición equilibrar los objetivos contrapuestos de asequibilidad, seguridad en el suministro y el avance hacia los objetivos de descarbonización.
Considerar la dinámica de la cadena de suministro al definir soluciones. Para la transición energética es necesario un cambio sistémico, masivo y coordinado; y el aumento de la capacidad para fabricar vehículos eléctricos, del suministro de minerales críticos, de la producción de electricidad y de la capacidad de carga debe ocurrir de forma rápida y simultánea. Esta transformación inevitablemente ejercerá presión sobre las cadenas de suministro. Los líderes deben considerar la dinámica más amplia de la cadena de suministro a la hora de tomar decisiones sobre las inversiones.
Priorizar soluciones en función del impacto para reducir las emisiones de GEI frente a los costos. La transición energética está impulsada por la necesidad de combatir el cambio climático y contener las emisiones de GEI. Sin embargo, debemos clasificar estas soluciones en función de su impacto y costos, dado que no se pueden implementar todas ellas de manera simultánea e inmediata y, a su vez, mantener las inversiones en soluciones que requieren mucho tiempo, como la infraestructura de red. También tenemos que comprender las concesiones significativas que deben realizarse. La energía nuclear, por ejemplo, tiene la capacidad de proporcionar energía de carga base sin emisiones, pero para hacer uso de ella se necesita una enorme cantidad de capital, y de tiempo, y un gran apoyo político.
Para lograr esto de manera exitosa, será necesario formar una gran coalición de líderes de los sectores público, privado y financiero e involucrar a toda la sociedad y a las industrias clave. El primer paso consiste en explicar con claridad el impacto del cambio climático y los desafíos que tenemos en común y que debemos afrontar; reconocer el rol que desempeña la energía en la vida moderna y en la economía; involucrar a los individuos en la elaboración de hojas de ruta concretas para sus regiones y países y garantizar que se beneficien a raíz de ello. Ante el desafío global de cero emisiones netas, debemos recordar que todos tenemos un objetivo en común: un futuro sostenible para nuestro planeta.